Fontainebleau 1546. Un duelo hasta la puesta del sol

Fontainebleau 1546. Un duelo hasta la puesta del sol

La influencia española en Inglaterra fue especialmente fuerte durante el reinado de María Tudor, mientras su esposo Felipe II de España vivió en Inglaterra con su séquito español. Los cortesanos españoles trajeron sus propios sirvientes, así como un número indeterminado de artesanos y demás séquito. Se dice que eran cuatro españoles por cada inglés en las calles de Londres durante este tiempo, para gran incomodidad de los ingleses.

Pero los españoles habían vivido y trabajado en Inglaterra durante años.

Los mercenarios españoles lucharon junto y para los ingleses y fueron retenidos y recompensados en la Corte*. Uno de los de estos españoles más famosos fue Julián Romero inmortalizado en una pintura de El Greco y en una obra de teatro de Lope de Vega.

De origen muy humilde, nació en Huélamo en la provincia de Cuenca. A pesar de que más tarde obtendría un alto mando y de que estaría intima y estrechamente rodeado de nobles y ministros, nunca fue tratado como un Don debido a sus orígenes humildes. En el invierno de 1534 Julián Romero, que no era más que un niño, se unió como soldado de a pie a una expedición española contra los moros. Se desplazó desde España a Túnez, Italia y luego a Flandes y Francia. Nada se sabe específicamente acerca de sus primeros años de servicio.

Diez años más tarde, a principios de 1544, Enrique VIII de Inglaterra se alió con España para atacar conjuntamente al rey de Francia. El propio rey Enrique VIII desembarcó en Calais en julio para tomar el mando de su ejército ante Boulogne. Su principal asesor militar fue el noble español Beltrán de la Cueva, tercer duque de Alburquerque. Además de los doscientos soldados españoles que siguieron a de la Cueva, tres capitanes españoles, cada uno con una compañía de experimentados veteranos españoles de las guerras continentales, estaban al servicio del rey Enrique VIII. Estos españoles junto con los ingleses impuestos y menos experimentados, lograron capturar Boulogne en septiembre. Cuando Carlos V llegó a un acuerdo con los franceses, Enrique VIII se apresuró a retirarse a Inglaterra colocando todas sus fuerzas en Boulogne bajo el mando de Lord Grey. Durante todo el año siguiente, el asedio francés de Boulogne continuó contra las tres compañías de mercenarios españoles que defendían Boulogne. Los españoles se quejaron amargamente de la costumbre de los ingleses de matar a los prisioneros en lugar de retenerlos para el rescate. El Capitán Salablanca le dijo a Lord Grey. -“¿Qué piensas ahora estando al servicio del Rey por los miserables cuatro ducados al mes ganamos? No es así mi señor; servimos con la esperanza de tomar prisioneros y obtener un rescate. Vuestros hombres incluso han matado ahora a un caballero mío por quien debería haber obtenido al menos cinco o seis mil coronas de rescate.”- Cualquiera que fuera la motivación de los españoles para servir al rey inglés, el rey Enrique VIII tenía en muy alta estima a los mercenarios españoles.

En 1545, cuando Enrique VIII estaba a punto de enviar a Warwick a atacar a los escoceses, aprovechó la oportunidad para contratar a más mercenarios españoles. Con la paz de Crespi, Carlos V disolvió a una gran parte de su ejército y lo envió de vuelta a España. Un barco con casi un millar de estos soldados disueltos, quedaron retenidos en Downs debido al mal tiempo, decidiendo ofrecer sus servicios al rey de Inglaterra. El capitán hizo escala en Plymouth y los soldados desembarcaron y entraron al servicio de los ingleses. Rápidamente fueron enviados al ejército de Warwick en Escocia bajo el mando de Pedro Gamboa, un viejo soldado experimentado a quien Enrique VIII había hecho coronel y le otorgó poder para nombrar a sus propios capitanes.

Julián Romero desembarcó formando parte de aquella fuerza con la capacidad subordinada, pero a su llegada a Escocia, recibió su empleo como capitán de Gamboa. Esto ocurrió en el verano de 1545. A principio de la primavera de 1546, cuando se firmó una paz temporal con Escocia, los españoles fueron enviados a la costa francesa entre Calais y Boulogne, donde los ingleses estaban levantando un fuerte. Cuando Gamboa, Romero y los otros nuevos capitanes llegaron directamente de la Corte de Enrique VIII, algunos de los comandantes españoles que habían permanecido en Boulogne al servicio de Enrique toda su vida expresaron sentimientos muy amargos.

Uno de los antiguos capitanes, Cristóbal de Mora, desertó con sus hombres al enemigo; y otro, Juan de Haro murió al intentar desertar. Cuando llegó la paz en junio de 1546, hubo una buena cantidad de mofas y recriminaciones. Mora fue burlado y desacreditado en la calle por sus compatriotas al haber deshonrado a los mercenarios abandonando a su empleador ante el enemigo. Mora replicó acusando a Gamboa y sus amigos de desobedecer al Emperador y ponerse al servicio de un hereje excomulgado.

Las cosas llegaron a un punto crítico en julio cuando Mora envió un desafío desde Montreuil al coronel Gamboa en Calais. Ya sea por la disparidad de edad o rango, o por su combatividad impetuosa, Julián Romero aceptó el desafío. Alguna información de Wriothesley y Hollingshead indica que fue el hecho de que Romero llamara traidor a Mora por su deserción fue lo que provocó el desafío.


Tan pronto como se aceptó el reto, Mora fue al rey de Francia quien ordenó la construcción de las listas en Montreuil. Sir Henry Knyvett fue a Inglaterra con objeto de obtener el permiso de Enrique VIII para la realización del duelo, que le fue concedido con gran agrado, junto con -"mil ángeles enviados a Julián Romero para que se ponga en orden”-. Cuando todo estuvo listo Julián Romero partió de Calais hacia Montreuil, asistido por una compañía de caballeros ingleses y españoles.

Se registró una descripción del duelo.

... cuando llegaron a Francia y llegó el día, estos jefes y árbitros vieron que cada uno tenía las mismas armas. Debían luchar a caballo y cada uno tenía una espada, y ambos estoques y dagas, y sus coseletes estaban abiertos en la espalda con grandes agujeros lo suficientemente grandes como para que dos puños entrasen en ambas piezas. Este plan fue elaborado por los franceses ya que Mora tenía uno de los mejores y más rápidos caballos de Francia, y como ellos no debían pelear con lanza, pensó Mora que con la ligereza de su caballo, podría herir a Julián en la espalda con su estoque, y así vencerlo. Cuando los árbitros vieron que las armas estaban igualadas dieron una señal para que sonasen las trompetas, y los contrincantes se enfrentaron el uno contra el otro, y con los primeros golpes de espada, la de Julián se le cayó de sus manos agarrando su estoque. Mora no se quedó atrás y cambió su espada por el estoque; y como tenía un caballo tan activo, fue dando vueltas alrededor de Julián deseando herirlo por la espalda. Pero Julián no era un perezoso, y cuando Mora vio que no podía hacer esto, decidió matar el caballo de Julián, lo que hizo dándole una estocada en el pecho, momentos después cayó al suelo. En ese momento Julián, pensando hacer lo mismo con Mora, le atacó con ese mismo objetivo; pero Mora también era suficientemente rápido con su caballo para que Julián lo hiriese, el estoque cayó de la mano de Julián casi en el momento en que su caballo caía debajo de él, y cuando sintió que su caballo iba a caer saltó rápidamente de su lomo y Mora no tuvo tiempo de derribarlo, gracias a que el caballo estaba en el suelo. Julián para evitar que lo derribaran, y viéndose armado solo con su daga, se vio obligado a protegerse detrás de su caballo caído, mientras Mora daba vueltas y vueltas y Julián se escabullía detrás del corcel. Esto duró más de tres horas, y al final Mora gritó: -“Ríndete, Julián! ¡No quiero matarte!”- pero Julián no abrió la boca. Apenas quedaba una hora de luz, Julián caería vencido al atardecer. Y al ver que Mora se pavoneaba esperando a que se pusiera el sol, Julián se mantuvo bien despierto, y buscando una oportunidad se arrodilló tras su montura postrado, y daga en mano cortó las correas de sus espuelas, que tiró. Al ver su estoque no muy lejos de él, se lanzó a recuperarlo y lo logró antes de que Mora pudiera derribarlo.

El caballero que actuaba como padrino de Julián, al ver cómo iban las cosas, se sintió muy abatido y deseó no haber venido nunca diciendo a los capitanes españoles:

-“Caballeros, nuestro hombre está perdiendo”-. Entonces dijo el Capitán Cristóbal Díaz, -“¡Qué, señor! aún no ha acabado el día y todavía confío en Dios, que Julián salga victorioso”. “¿No lo ve, señor?”-, dijo el otro, -“que Mora sólo estaba dispuesto a esperar a que atardeciese”. Mientras conversaban de este modo, vieron cómo Julián había recuperado su estoque de nuevo cuando Mora le estaba atacando y como tuvo el tiempo justo de asestarle una estocada al caballo de Mora, el cual sintiéndose herido comenzó a hacer cabriolas, y su jinete temiendo caer debajo de él, decidió alejarse un poco y desmontar. Sin embargo, Julián, que iba a pie y ligero, sin sus espuelas, fue corriendo tras él, y cuando estaba tratando de desmontar, lo abrazó de tal manera que le hizo caer al suelo, y con su daga cortó las ataduras del casco. Mora se rindió al instante, y Julián lo tomó del brazo. Con la espada de su enemigo en mano, le hizo dar tres vueltas alrededor del campo para que todos pudiesen ver cómo se había rendido.

Por esta victoria Julián Romero fue colmado de honores.

Julián Romero salió del campo triunfalmente y el rey francés le regaló una cadena de oro con un valor de más de 7.600 coronas.

El Delfín le ofreció un sayo estampado con oro que valía más que la cadena del rey.

A su regreso a Inglaterra, el rey Enrique VIII le concedió una pensión vitalicia de 600 ducados al año (que sólo le pagó durante unos pocos años). Mora se sintió tan menospreciado que dejó Francia y se fue a Hungría.


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