El Camino español

El camino español. Autor: Ferrer Dalmau, Augusto. Óleo, 66 x 91 cm.

El Camino Español.

La vida en Italia podía verse interrumpida por la llamada a la guerra desde múltiples territorios, el principal, Flandes.

El desarrollo de las guerras de Flandes conllevará que miles de hombres se desplacen hasta estas tierras. Por supuesto, el proceso no era nada sencillo e implicaba la existencia de una administración impecable.

Para llegar hasta lo que hoy es Bélgica, los soldados tenían que recorrer Europa a pie. Era la única manera de desafiar al gran problema de la distancia. Este recorrido se prefería a otras rutas posibles, especialmente las que utilizaban el océano Atlántico.

La Monarquía Hispánica disponía de una serie de corredores militares que transportaban soldados reclutados en España hasta Flandes. Entre ellos estaba la vía marítima, por el Atlántico, desde la costa cántabra. El problema era que esa ruta suponía un peligro, sobre todo, tras tomar los franceses el puerto de Calais en 1558. A estas circunstancias hay que sumar el peligro constante que suponía la proximidad de Inglaterra a esa ruta. Siempre existía la posibilidad de un ataque inglés, especialmente en los periodos en que España e Inglaterra estaban en guerra. Si además de todos estos inconvenientes contamos con la presencia constante de corsarios, se entiende que la ruta marítima fuera considerada peligrosa y que, prácticamente, dejará de utilizarse después de 1568, pese a ser más rápida que la ruta terrestre.

Entre los fracasos más importantes al utilizar la ruta Atlántica está el de la flota que zarpó en 1572 desde Santander. Las embarcaciones iban repletas de lana y soldados que debían llegar a Flandes. Puso rumbo al Canal de la Mancha y llegó a la desembocadura del río Escalda donde la atacaron corsarios protestantes e hicieron encallar a la mayoría de los buques. Aunque la mayoría de la infantería consiguió desembarcar, fue un desastre en perdidas materiales.

Los soldados llegados desde Sicilia, Nápoles, Cerdeña o incluso la Península, se reunían en Milán. En el mejor de los casos habían pasado ya bastantes semanas desde que fueron reclutados como soldados bisoños, tiempo en que habían convivido con los veteranos de la milicia y en el que habían comprendido las labores esenciales del mundo militar. También, en el peor de los casos, se daba la posibilidad del envío directo de tropas llegadas desde la Península, sin ningún tipo de experiencia.

El Camino Español era una ruta que llevaba a los soldados a pie desde Milán hasta Bruselas a través de Europa. Su recorrido varió en función del tiempo, de la guerra y, sobre todo, de las relaciones de la Monarquía Hispánica con los territorios que cruzaba. Hubo distintos trayectos según las circunstancias del momento.

Desde el inicio de los conflictos en Flandes, Felipe II tenía la intención de acudir allí. Su presencia podía evitar que los enfrentamientos fueran a más y su figura se hacía necesaria en unos tiempos complejos marcados por el enfrentamiento religioso. Con esta premisa, el cardenal Granvela, el consejero más fiel de la Corona, ideó un trayecto que haría llegar a su majestad a Flandes.

Granvela optó por el recorrido más seguro desde el Piamonte, Saboya, el Franco Condado y Lorena. Desde España a Lombardía se iría por Génova. La gran ventaja de este itinerario será que discurrirá casi completamente por territorios propios de la Monarquía Hispánica o afines a ella, así se evitaban mayores trabas en el viaje, tanto diplomáticos como militares.

El rey era duque de Milán y gobernaba en los Países Bajos y el Franco Condado como territorios propios de la Corona. Además, España ya llevaba décadas de alianza con la república de Génova, que mandaba sumas de dinero importantes para la monarquía y permitía a España utilizar sus puertos. El caso de Saboya era más complejo y su postura variará con el tiempo. Por entonces, mediados del siglo XVI, había tenido una amarga experiencia con el dominio francés que la había llevado a alianzas importantes con España, especialmente, el Tratado de Groenendaal de 1559, todo ello con el deseo de los saboyanos de arrebatar territorio a los franceses, una empresa que solo podía conseguir con el apoyo de los españoles. Por ello, favorecían el paso del rey y de sus hombres y servían de enlace entre la Lombardía y el Franco Condado. Lorena, por su parte, era un territorio neutral que también había vivido experiencias negativas con la ocupación francesa y que pretendía favorecer a unos y a otros buscando sacar partido de cada situación. Una vez pasada Lorena, quedaba el obispado-principado de Lieja, antes de entrar en el Luxemburgo español y llegar hasta Bruselas. Este territorio estaba rodeado por las posesiones españolas por lo que su neutralidad estaba asegurada.


La elección de la ruta marítima fue totalmente descartada, porque la mayoría de los soldados que debían de acompañar al duque estaban en Italia. Alba llevó consigo a los tercios de Nápoles, Lombardía, Cerdeña y Sicilia, para seguir reclutando hombres en Alemania y los Países Bajos que pasarían a engrosar el Ejército de Flandes. La marcha se emprendió con 8648 soldados de infantería, y unos 1200 de caballería ligera. A estos hombres se añadían sus acompañantes, por lo que, en total, hubo que conseguir provisiones para unas 16000 personas y 3000 caballos. El ejército era una auténtica masa humana móvil.

Reunidas las tropas en Milán, debían emprender el camino juntas hasta llegar a Bruselas.

Durante los meses de preparación se llevaron a cabo maniobras diplomáticas para que el paso de las tropas no supusiera un, conflicto en los territorios independientes de Saboya, Lorena y Lieja. Se enviaron representantes del monarca para garantizar el paso.

Además, era necesario reconocer la ruta y estudiar los caminos, a fin de que estuvieran preparados para el paso de las tropas. Con esta misión partió Juan de Acuña Vela, miembro del Consejo de Guerra, ayudado por un ingeniero y 300 zapadores. El camino se preparó en su totalidad; se contrataron guías locales, se levantaron mapas y se dispusieron pasos por los ríos.


Comenzó así la epopeya del Camino Español, que desde 1567 hasta, aproximadamente, 1630, llevaría a los soldados de los tercios a combatir a Flandes, una tierra inhóspita que deparaba gloria y muerte a partes iguales. Las rutas, por supuesto, sufrirían modificaciones según las circunstancias políticas de cada momento.


El duque de Alba, con su llegada a Flandes, ocasionó una grave crisis internacional que casi desembocó en que, en 1567, los franceses, en especial Carlos IV, temieran por una nueva guerra entre los Habsburgo y los Valois.


En la escasa documentación existente sobre las descripciones del terreno hechas por los soldados españoles, podemos intuir los diferentes itinerarios. Había tres rutas principales. La primera, recorría Saboya, el Milanesado, el Franco Condado, Lorena, Alsacia y Luxemburgo, para llegar a Flandes. La segunda, salía desde Milán, pasaba por Sondrio hasta llegar al valle de la Valtelina y el Tirol austriaco para alcanzar los pasos de los Alpes Dolomitas y, desde Austria, bordeaba el sur de Alemania, cruzaba el Rin y luego entraba a Bélgica por Luxemburgo. Una de las grandes aportaciones que hace Martínez Laínez, es señalar la importancia del sendero valtelino en toda esta obra colosal.

Por último, un trayecto menos frecuente fue el que utilizaba Suiza como eje del engranaje. Desde Milán se atravesaban los cantones católicos suizos, mediante un pago, pasando por Lugano hasta llegar a Bellinzona, posteriormente se acometía el paso de Sant Gottard y los soldados tenían que cruzar en embarcaciones hasta llegar a Lucerna. Después se dirigían hacia Alemania llegaban a Baden y cruzaban el Rin hasta Espinal, donde se retomaba el Camino Español tradicional por Nancy, Luxemburgo y Namur, hasta Bruselas.

Utilizar uno u otro itinerario dependía de las situaciones del momento. Hubo numerosos reveses políticos que configuraron y alteraron el Camino Español.

Un papel fundamental lo jugaría Saboya. Su posición modificaría la ruta y las condiciones para ejecutarla, pues su situación era paradójica. Esa doble identidad, francesa e italiana, será la que marque el carácter con el que se va a desarrollar la historia del ducado durante buena parte del siglo XVI y el XVII. Será el único que escape a la tendencia hacia el pacifismo de la época y ejecutará una táctica belicista y pendular, capaz de unirse a Francia o a la Monarquía Hispánica según sus intereses.

El escenario bélico comenzó a visionarse en la década final del siglo XVI, cuando los franceses vieron el peligro que significaba que los soldados españoles pudieran recorrer el Camino Español a escasos kilómetros de su frontera.

Enrique IV de Francia declaró la guerra a España y estableció una alianza con los rebeldes holandeses e ingleses. Se buscaba debilitar a la Monarquía Hispánica de todas las maneras posibles. Con la paz de Vervins de 1598 finalizaron las hostilidades entre ambos países y se devolvieron las plazas conquistadas. Durante estos años se había cortado la ruta principal del camino, y la llegada de tropas y dinero a Flandes resultó cada vez más difícil. Solo tras la paz volvió a ser operativo.

Uno de los reveses más importantes que vivió el camino fue la Paz de Lyon de 1601.

Técnicamente el Camino Español seguía vigente, pero el corredor quedaba enormemente limitado a un estrecho pasillo muy próximo a la frontera francesa. La situación se agravó con el cambio de la política de Saboya, que comenzó a girar en torno a Francia y llegó a declarar la guerra abierta a España en 1615.

La Monarquía Hispánica tuvo que contemplar nuevas alternativas a esta ruta principal. Hubo un acercamiento a los cantones católicos de la Confederación Suiza por su control de los pasos alpinos. En 1604, el conde de Fuentes consiguió firmar un acuerdo que permitía el paso de las tropas españolas por este territorio, aunque tenían que hacerlo en pequeños grupos, desarmados, y con las armas aparte. La ruta se utilizó especialmente en 1604 y 1605, pero tras la muerte de Fuentes los franceses revocaron el tratado mediante la entrega de más dinero a los suizos, que rompieron con España y cortaron el camino.

La alternativa pasaba por la Liga Grisona, con la que se había firmado un tratado en 1593, La ruta relacionaba al eje Madrid-Viena de los Habsburgo, y permitía la ayuda de los imperiales. Con el objetivo de reforzarla, en 1603, el conde de Fuentes comenzó a construir un fuerte al que dio su nombre. La fortificación se completó hacia 1612, pero para entonces las circunstancias habían cambiado, pues los Grisones firmaron un acuerdo con los franceses y las comunicaciones quedaron cortadas.

En la década de 1620 los franceses lanzaron múltiples ataques para cortar definitivamente las comunicaciones españolas. En 1625, Saboya, con la ayuda francesa, invadió el Monferrato y Francia intentó conquistar Génova. El marqués de Santa Cruz consiguió levantar el bloqueo de Génova y las fuerzas lideradas por el duque de Feria detuvieron a los franco-saboyanos. Gracias a ello, y tras muchas idas y venidas, se firmó el Tratado de Monzón de 1626 por el que Francia abandonaba las posiciones en el valle y la Valtelina se constituyó como un estado independiente capaz de garantizar el paso de los soldados de los tercios.

El golpe definitivo al Camino Español lo dio el ataque y conquista por parte de Francia del ducado de Lorena, en 1633. Se cortaron todas las comunicaciones posibles entre Milán y Flandes.

La última expedición por el Camino Español la protagonizó el cardenal-infante, Fernando de Austria, hermano de Felipe IV, en 1634, que ese mismo año pudo llegar a Flandes y unirse a las fuerzas alemanas en su lucha contra los suecos y sus aliados protestantes, a los que venció en Nördlingen. Para entonces, utilizar el camino suponía combatir para abrirse paso por las distintas rutas; ya no tenía nada que ver con un simple paso de tropas. Los franceses habían ejecutado una política activa para acabar con cualquier corredor militar español, con la intención de que los tercios no llegaran a Flandes y, ni mucho menos, pasaran cerca de su territorio.

Los soldados, que ya habían entrado en las prácticas militares en Italia y que hacía meses que habían salido de España, transitaban el camino, conocedores de lo que les esperaba en Flandes. Aquellos que estaban en Sicilia o Nápoles se tenían que desplazar hasta Milán donde se reunía el ejército para iniciar la marcha.

Como ya se ha visto, el recorrido a pie por el Camino Español era mucho más lento que la ruta marítima, básicamente porque no comunicaba directamente la Península con Flandes.

Desde Milán a los territorios flamencos, se podía tardar, de media, unos 50 días de marcha. El «récord de velocidad» lo tenía Lope de Figueroa y los veteranos que conducía, que en 1572 completaron el recorrido en apenas 32 días. Hablamos pues, de que un soldado bisoño podía tardar fácilmente más de un año en llegar a Flandes por el Camino Español.

El camino estaba constituido por una serie de puntos fijos obligados. Por ello, cuando la Corona elegía una ruta se debían hacer mapas detallados que utilizaban los mandos. En estos mapas se informaba de la ruta a seguir, los puentes que había, los obstáculos a los que había que hacer frente y la situación de las ciudades.

Pero el uso de mapas no era suficiente, y se empleaban también guías y exploradores que reconocían el terreno antes del paso de los soldados. La mayor parte de las expediciones hacia Flandes contaban con caballeros de la región que los acompañaban.

A diario había que facilitar el paso del ejército mediante ensanchamientos de vías, rellenos de rodadas y construcción de puentes. Además de los gastadores, encargados de efectuar este tipo de trabajos, los propios exploradores comprobaban que todo estuviera preparado para la marcha; se ocupaban de señalizar el camino y estaban pendientes de cualquier posible emboscada.

Una vez ejecutados todos estos preparativos, el ejército se ponía en marcha. Los soldados de los tercios estaban acompañados de toda una procesión de hombres y mujeres que cumplían misiones muy diversas y podían multiplicar por dos al número de soldados. Los civiles, junto a los caballos y el resto de animales eran necesarios para el transporte, pues daban apoyo logístico que resolvía las necesidades cotidianas. Las tropas necesitaban de servicios no militares, como caballerizos, carreteros, vivanderos o sirvientes, funciones que no ejecutaba el soldado.

Como integrantes de los tercios también había hombres cuya misión no era combatir con la espada, la pica, el arcabuz o el mosquete, sino la de cumplir otras funciones. En cada compañía existía un capellán dedicado a las labores de su ministerio.

Fueron siempre una pieza fundamental en la asistencia espiritual al soldado. En cuanto a la asistencia sanitaria, la compañía se encomendaba a los barberos, responsables de ofrecer a los soldados los primeros auxilios, que eran seleccionados por el cirujano del tercio.

Además, a los militares les acompañaban sus familias. Recordemos que muchos de ellos se casaban, por lo que iban con su mujer e hijos. Eso aumentaba considerablemente el gasto del ejército, pues alimentar tantas bocas no era nada sencillo. Un ejemplo lo vemos en 1577, cuando se trasladaban soldados de los Países Bajos a Italia. Era un ejército compuesto de 5300 hombres, y se pidieron raciones para alimentar hasta 20 000 personas. Otro problema para la administración, derivado de los matrimonios, era que cuando el soldado moría, las viudas y los hijos seguían insertos en el ejército, de tal manera que había un ejército de vivos y otro de muertos, encarnados en los familiares directos de los soldados fallecidos.

También había prostitutas. Su permanencia y regulación, buscaba y fomentaba que los soldados no se casaran, tal y como se aconsejaba en los tratados y preferían los mandos militares.

El número de mujeres públicas variaba según las circunstancias y el número de tropas; lo más normal era entre seis y ocho por cada cien hombres. Las cortesanas viajaban a relativa distancia, entre una muchedumbre de artesanos, herreros, vivanderos... Se alojaban aparte de los hombres y no permanecían en el campamento durante la noche.

Entre los acompañantes, que no eran familia de los soldados, también estaban mozos y lacayos de los oficiales. Durante el siglo XVI, era común que los capitanes tuvieran varios mozos a su servicio además de a un paje, e incluso también los soldados veteranos, o nobles, se podían permitir tener a su servicio a un criado. Muchos eran jóvenes sirvientes que ayudaban a transportar la impedimenta.

Por último, había que sumar los vivanderos que proporcionaban a los soldados víveres, equipo o crédito. Acompañaban a las tropas de cualquier ejército para vender sus productos y servicios. Cuando las tropas se detenían, montaban sus tenderetes vigilados por el barrachel y ofrecían sus mercaderías. Había bebidas, comestibles y géneros de mercería menor. Para montar sus tiendas abonaban un real por cada una todos los sábados, como pago por dar estos servicios. Había una especial atención en velar por su seguridad. El maestre de campo era quien se encargaba de ajustar con vivanderos y proveedores locales los precios de los géneros que podían vender a los soldados. En ocasiones, eran tan altos que los soldados recurrían a otros mercados para satisfacer sus necesidades.

Esta auténtica ciudad andante necesitaba de un sistema logístico que permitiera su traslado y su supervivencia. Esa sería la gran proeza del Camino Español. Había distintas maneras de alimentar al ejército en marcha. Si la ruta elegida era frecuentada con asiduidad, se podían establecer cadenas permanentes de almacenes de víveres. Este sistema no se pudo utilizar durante el paso hacia Flandes.

Así pues, el método tradicional que ejecutaban era requisar suministros en aquellos lugares por donde pasaban. Los soldados se instalaban en las casas de los pueblos y obligaban a los habitantes a satisfacer sus necesidades. El problema llegó durante el siglo XVI, cuando los ejércitos aumentaron de modo exponencial, y ya no encontraron pueblos suficientemente grandes como para aportar los medios suficientes, apareció entonces una nueva institución: la étape militar, es decir, un sistema de etapas.

Este nuevo modelo será el que se utilice en el Camino Español, resultará fundamental para el funcionamiento del sistema.

El sistema era sencillo: Se establecía como centro un pueblo, al que se llevaban y desde el que se distribuían todas las provisiones para el conjunto de las tropas. Si estas necesitaban cama, se utilizaban las casas de los pueblos elegidos, y sus propietarios se veían beneficiados con una serie de exenciones en los impuestos. Los furrieles emitían unos vales especiales, conocidos como billets de logement, billetes de alojamiento, que se repartían entre los soldados y en los que se determinaba la cantidad de personas que podían albergar las casas asignadas. La primera era para el alférez, donde instalaba inmediatamente la bandera. Ese era el punto de reunión de las compañías en caso de alarma. A continuación, se repartía el resto de la unidad. Después, cuando las tropas se habían marchado, los dueños de las casas presentaban los billetes a los recaudadores de impuestos y exigían el pago de los gastos o la exención de impuestos, pasados y futuros.

Los alojamientos de los soldados, por tanto, se volvían a hacer en viviendas particulares, con el esquema ya comentado, reuniéndose en camaradas en las que compartían el rancho, guisado en un puchero por un paje o alguna mujer. El alojamiento incluía cama compartida, mesa y mantel y la preparación de la comida. Eran auténticos aventureros. No siempre se podía dormir de forma cómoda en una vivienda, a veces, la tropa dormía en chozas improvisadas en el campo.

Cada expedición que utilizaba el Camino Español era precedida por un comisario especial que negociaba con las autoridades locales los lugares de parada de la tropa, la cantidad de Víveres que necesitaban y otro tipo de suministros que se debían de proporcionar. El siguiente paso era solicitar a las autoridades locales ofertas de aprovisionamiento. En ese momento entraba en juego la figura del asentista, que hacía una oferta y, si era aceptada, se procedía a fijar la cantidad de alimentos y los precios. Cuando llegaban las tropas, se presentaba en el almacén un solo oficial por compañía que se encargaba de recoger todas las raciones pertenecientes a sus hombres. Todo se registraba en una relación y, semanas después, la oficina de cuentas del ejército calculaba el coste total de lo suministrado a cada soldado y lo deducía de su paga.

La gran cantidad de víveres que podía movilizar el ejército sumados a las pertenecías de los soldados, hacían que fueran necesarias las carretas de cuatro ruedas y las acémilas, que cargaban con todo el peso que llevaba consigo la tropa. Muchas veces, las viandas no eran suficientes para dar de comer a los soldados y eso hacía que durante el camino se sintieran los padecimientos por el hambre y las privaciones. La alimentación, estaba basada en productos no perecederos, por las dificultades que conllevaba su conservación. Por lo tanto, los soldados debían conformarse con carne salada, queso y pan duro. Estas viandas básicas se cumplimentaban con aquellos productos que podían comprar a los vivanderos o a los aldeanos y granjeros de las tierras por donde pasaban. El agua, por supuesto, era fundamental para los hombres y los animales. Se buscaba pasar por suministros seguros, como podían ser ríos, manantiales o fuentes y, siempre que había ocasión, se utilizaba vino, un alimento fundamental que servía para proporcionar las calorías necesarias. Podemos hablar de que la dieta diaria del soldado de la época estaba compuesta de pan de munición, media libra de carne de vaca, una porción de pescado seco o bacalao, un litro de vino y una pequeña cantidad de aceite.

El soldado marchaba integrado en su compañía. Para realizar el viaje, el ejército se dividía en varias partes, con la intención de ir más rápido. De ese modo, se formaban las tres divisiones tradicionales: vanguardia, grueso del ejército y retaguardia, pero cuando los aprovisionamientos se encontraban en una difícil situación se recurría a subdividirse aún más, con grupos de solo 500 hombres. Cada parte seguía a la otra en intervalos de uno o pocos días de marcha. Es decir, el segundo destacamento llegaba a la étape donde había pernoctado el primero la noche anterior, y así sucesivamente.

El sistema de étapes y de organización logística contribuyó a humanizar el paso de las tropas por pueblos y ciudades. La existencia previa de un sistema ya pactado hacía que la llegada de soldados fuera mucho menos impactante, en lo económico y en lo emocional. Salían todos ganando, se pagaba y protegía a los pueblos, y se alimentaba a las tropas, que podían marchar con rapidez. Esa fue la gran victoria que tuvo el Camino Español.

En estas circunstancias, y pese a las dificultados, el soldado llegaba a Flandes, a lo largo de un corredor militar que la Monarquía Hispánica preparaba de manera exquisita. Salvar el problema de la distancia era todo un prodigio logístico y militar sin precedentes.

Nuestro soldado ya estaba predispuesto para la batalla.


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