Infancia del futuro soldado

Niño con perro 1650. Autor: Murillo, Bartolomé Esteban.Óleo sobre lienzo, 70 x 60 cm. State The Hermitage Museum. St. Petersburgo

Infancia del futuro soldado.

En la Edad Moderna, cuando los medios de acción del Estado eran prácticamente inexistentes, la familia era una institución vertebradora de la vida social. Servía para encuadrar tanto a hombres como mujeres, otorgar protección y seguridad y desarrollar parte de las actividades laborales. Las familias eran extensas y complejas, pues constaban de varias generaciones con múltiples núcleos conyugales y un gran número de integrantes.

La historiografía social ha establecido, particularmente, la existencia de tres tipos de familias en el espectro social de la época.

En primer lugar, estaba la familia nuclear integrada por la pareja y sus hijos. Un segundo modelo era el de la familia troncal, constituida por uno de los hijos y la nuera con su descendencia. Convivían con la pareja de progenitores, temporal o definitivamente y, en ocasiones, con algún hermano soltero. Por último, estaba la familia compleja de carácter comunitario, con varios núcleos conyugales y su descendencia. A diferencia de la troncal, no se limitaba a una sola pareja por generación.


Los hijos se colocaban como criados en el momento que salían de la niñez. Eso hacía que las tensiones propias entre padres e hijos, se proyectaran fuera de la casa. Suponía una pérdida de fuerza laboral, pero se compensaba, quien se lo pudiera permitir, con la entrada en el hogar de criados de otras casas. Durante los siglos XVI y XVII, el paso de la infancia a la madurez no tenía etapas intermedias; no existía la adolescencia. En la familia se aprendía la necesidad económica y no había sitio para los que no producían. La socialización de los jóvenes se daba separados de los parientes propios, bajo la autoridad de otro jefe de familia menos atado por los sentimientos de afecto, lo que favorecía prepararse para una vida independiente. Aun así, a principios de la Edad Moderna, la lealtad y la obediencia de los individuos se orientaba hacia los poderes más inmediatos, es decir la familia y el señor, que actuaba como un príncipe lejano con poder de protección.

Es necesario recalcar el papel de la madre del soldado de los tercios, pues nos explicará muchas de las virtudes que poseían estos hombres. Existía un modelo social que tenía que cumplir la mujer de la época. Su cometido estaba basado en el mundo doméstico, con tres funciones básicas: ser buena madre y esposa, ordenar el trabajo del hogar y perpetuar la especie. La mujer encarnaba la defensa del honor propio y del familiar y era la educadora de sus hijos. El desempeño de estas funciones daba a las mujeres un poder informal, convertidas en la memoria selectiva de la familia, en el receptáculo de las tradiciones familiares o religiosas y en la autoridad de los saberes domésticos, como la detección de enfermedades o la alimentación.

De la mujer se esperaba que fuera hermosa, casadera y madre. Cumplidos esos objetivos obtenía la licencia encomendada por el orden comunitario establecido. Al quedarse embarazada superaba la reválida social. Por otra parte, el padre era el rey de la casa. Según la codificación legislativa de la época eran de su competencia la protección de la propiedad familiar y la herencia. En cuanto a sus hijos, futuros soldados al servicio del rey, debía alimentados y procurar su educación. Tenía el poder absoluto para dar el consentimiento matrimonial hasta la mayoría de edad y era el administrador de todos los bienes hasta que eso ocurriera.

En aquellos tiempos de miedo, riesgos, caídas y recuperaciones, la familia daba estabilidad y solidaridad a sus componentes.

En cuanto a los niños, existe un abismo insalvable entre nuestra concepción de la infancia y la del tiempo que nos ocupa. Hay una diferencia palpable en que la infancia se consideraba muy frágil y tenía pérdidas numerosas, lo que llevaba a la insensibilidad. El niño era un ser totalmente dependiente, del que se esperaba esa reciprocidad cuando los padres alcanzaran una elevada edad.

En los primeros años de la Edad Moderna, especialmente entre las clases populares, los niños vivían mezclados entre los adultos. Hay extraordinarios casos de niños que sirvieron como pajes de soldados de los tercios, considerándose un hábito aceptado sin objeción alguna. Compartían con los mayores sus trabajos y juegos cotidianos. Era a esta edad cuando los hijos sentían un acérrimo interés por coger la espada y compartían con los más mayores el concepto que relacionaba arma con honor. Por tanto, la infancia era una etapa fugaz.


La familia era la base de la reproducción social. En su seno se transmitían los valores que tendría el soldado de tercios. Entre ellos, uno de especial importancia: la solidaridad. La muerte y la enfermedad eran sombras que eclipsaban la bonanza que hubiera podido acumular durante años. Existe, pues, una relación entre la solidaridad y la vulnerabilidad y se daba entre los niños, los mayores incluso los afectados por la guerra y los enfermos.

La educación de los niños pasaba por la familia, aunque fuera muy distinta según sus posibilidades económicas y sociales. Lo único que todos tenían en común era hacerse mayores de forma muy rápida. La educación era realmente práctica. Los primeros años, el niño los pasaba con su madre, acostumbrándose a pasar calor y frío. Tenía trajes adaptados a su edad, sobre todo entre las clases más elevadas, pues suponía un signo de diferenciación de la propia infancia, pero también de su condición social. Sobre los ocho años comenzaban a aprender, en manos de sus padres y de los maestros, el arte de la escritura y el oficio que, como se ha señalado, les tocaría desempeñar fuera del hogar. El principal objetivo en esta fase era que los niños entendieran la naturaleza y el destino divino. Existía entre los hijos una serie de deberes que tenían que cumplir, entre los que destacan el amor, la reverencia y la propia obediencia. Aquí entra en juego el fuerte papel desempeñado por la Iglesia en estos tiempos y para estos hombres. En primer lugar, había una cercanía a los preceptos de la fe en el lenguaje vulgar, para posteriormente aprender Gramática latina, Filosofía, Medicina y, finalmente, Teología. Estas disciplinas las iban adquiriendo los jóvenes según su inclinación; aunque en muchos casos el soldado de los tercios no llegaba a completarlas, existía un gran número de alistados que procedía de la Universidad y eran doctos en la escuela de las letras. No podemos obviar la figura de los poetas soldados que se inclinaron por la milicia, como Miguel de Cervantes, Lope de Vega o Calderón de la Barca. Sea como fuere, la educación de los jóvenes estaba destinada a una lucha continua contra el gran defecto del carácter humano: su inclinación al pecado. Un aspecto muy interesante es el tiempo de juego que dedicaban estos niños. En los primeros años, utilizaban sonajeros, tambores e incluso panderetas. A estos juguetes hay que añadir los animales, que, desde la Edad Media, ya habían adquirido su papel en la vivienda familiar, especialmente perros y pájaros. Con cinco o seis años se les solía entregar el primer libro de oraciones.

La lectura y la escritura eran actividades que se iniciaban a edad muy temprana, aunque lo cierto es que los niños especialmente jugaban con aquello que constituía una reproducción del mundo de los adultos.

Entre los chicos ejercía una poderosa influencia el mundo militar que los padres fomentaban. De ahí que muchos soldados de los tercios fueran hijos de aquellos que ya habían portado la pica o el arcabuz. Los que tenían un mayor poder adquisitivo compraban a sus niños vestimentas que les hacían sentir un soldado en primera línea de lucha. Utilizaban incluso espadas de madera para aprender el arte de la esgrima, o al menos para representar una estocada a un francés, a un rebelde holandés o un otomano. Cuando los niños pasaban de los ocho años, seguían teniendo la inclinación a las armas tan fuertemente arraigada, que no pocos se unían al ejército de la Monarquía Hispánica a muy temprana edad. Entre los jóvenes comenzaba a surgir en ese momento el interés por los naipes, el ajedrez o el baile, que serán motivo de disputas en los tercios. Una vez analizado el tiempo de ocio de los jóvenes, futuros soldados de los tercios, debemos hacer hincapié en la transmisión de conocimientos en esta época. Eso nos servirá para romper cietos estigmas que se asocian a la Edad Moderna y a la Monarquía Hispánica, que son totalmente falsos.

Un aspecto vertebral de la sociedad, y por tanto de la educación, era la propia Iglesia y el dogma de la fe. La sociedad española del siglo XVI era profundamente confesional. Una vez bautizados, los niños no solo eliminaban el pecado original, sino que iniciaban su relación con el mundo religioso y con la vida social. Durante toda su vida se relacionarían con la parroquia y con los que asistían a ella.

En la Edad Moderna la transmisión de conocimientos podía darse de forma escrita, visual y oral. Se debe de romper con la idea de que los analfabetos no tenían acceso a las letras, puesto que la lectura en voz alta era una actividad muy frecuente. Aun así, la cultura en la Edad Moderna se construía mayoritariamente con imágenes.


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